De entrada, lo que más me encantó de ella fueron sus movimientos agraciados, pero hubo algo que superó a todo mi cariño contenido, fue cuando con un trapo espantaba a las moscas que escorchaban sobre los embutidos ¡Qué natural que había sido! Ese mismo día, mientras me despachaba, sacó el tema del horóscopo y los planetas, eso bastó para hacer que me lance de cabeza por su tobogán seductor e interesante. La invité a tomar unos mates a la plaza en su receso de la hora de la siesta. Pasaron algunas semanas y nuestra frecuencia se iba sintonizando estando juntos todos los martes a las 15:00 hs. De ir tan seguido a verla y a comprarle salame Milán, terminé conociendo al hombre que atendía en el puesto que estaba frente al suyo. Polio era el carnicero del supermercado oriental, quien a diferencia de lo que apuntaba mi prejuicio descalibrado no era ningún gavilán, por el contrario, demostraba ser un tipo leído adulando constantemente a Poe, incluso me prestó algunos de sus libros. Entablé amistad con él, pero no por la literatura, sino por que me cayó bien nomás (eso no tiene explicación). Sobre la pared azulejada de la carnicería se encontraba pegada una gigantografía publicitaria que mostraba a un Messi impoluto sobre sus piernas de sota de bastos tomando esa gaseosa tan refrescante que parecía darle el plus para ser un campeón. Ese póster me tenía hechizado y no dejaba de observarlo día tras día, pero no era por la sota de bastos, sino porque sobre esa lámina notaba un extraño dibujo circular que se había formado con relieves irregulares, eso me llamaba poderosamente la atención. Al parecer, mi conducta inquietaba cada vez más a Polio, un día tuvo que interrumpir su apreciación por “El corazón delator” para preguntarme en tono sombrío y con voz gutural:
- ¿Qué te pasa con Messi? -
Eso fue lo que potenció mi curiosidad al respecto. Una vez me percaté de que en el piso, debajo de la imagen en la pared, había pequeños restos de revoque, y aprovechando que Polio se había ido a atender la verdulería me acerqué para ver de qué se trataba. Levanté una de las esquinas del póster, me asomé por detrás y pude contemplar un boquete de casi un metro de diámetro, me aterroricé e inmediatamente volví a cubrirlo sin que nadie me viera. Sin decirle nada de esto a Marilí, mi amante, entré a investigar sobre el asunto y entonces tramé un plan.
Una noche cualquiera en el supermercado hice como que me despedía de Marilí para irme a casa, pero en realidad me quedé escondido adentro de una heladera, detrás unas botellas. Los orientales cerraron el local y se fueron, yo sabía que estos soldados imperiales emplean el sistema laboral de la “cama caliente” (mientras la mitad de su personal duerme, la otra mitad trabaja) así que en unos minutos tenían que estar llegando los repositores del turno noche. Me encontraba totalmente nervioso, salí de mi escondite para ver de qué se trataba ese boquete tan misterioso, retiré con cuidado a Messi y me asomé por el agujero en la pared. En ese instante escuché el sonido reverberante de unas voces que provenían desde el interior del túnel avanzando cada vez más junto al reflejo intermitente de lo que parecían ser luces de linterna. El miedo me invadió desarticulando mi fisonomía, tapé todo y volví a esconderme en la heladera. Desde ahí pude ver como salieron tres orientales del túnel, luego se metieron en la habitación continua detrás de la carnicería y enseguida volvieron con un cuerpo enrollado en una alfombra, al cual sólo se le veían los zapatos. Dos de ellos se metieron de regreso por el boquete llevando al cuerpo consigo, el restante se quedó en el local acomodando todo sin dejar evidencia. Tuve que pasar la noche hasta la mañana siguiente dentro de la heladera, por suerte estos orientales las desenchufaban para ahorrar energía, sino quizás hubiera muerto de hipotermia.
Días después vi como el flamante oriental ya estaba trabajando en el supermercado, lo reconocí enseguida (con lo difícil que es distinguir a un oriental de otro). Sólo sabía pronunciar su nombre y lo hacía mal, decía llamarse “Hétol Loble” mientras le sonreía nervioso a las amas de casa (Héctor Roble).
Un martes, a eso de las 15:00hs, estábamos con Marilí en mi cama mirando la tele y nos pasmó la Noticia Urgente. Las imágenes nos mostraban como se llevaban a los detenidos, y ahí iba Héctor Roble entre el resto de sus compatriotas involucrados, más un carnicero argentino llamado Polio, acusado de asesinatos múltiples. Resultó ser que los orientales poseían documentación con nombres y residencias argentinas. Claro, estos tipos habían construido un túnel que cruzaba el mundo de lado a lado, hacían desaparecer argentinos, tomaban su documentación y nacionalizaban al sustituto.
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