Cayó desde la tribuna y hundió el capó del 3cv verde. Hertaldo salió del vehículo, limpió sus lentes, contempló al cerdo despatarrado y luego en dirección de donde venía el bullicio. Sólo se veían algunas serpentinas y papel de diario picado cayendo como copos de nieve sobre la tarde gris. El puerco lo miraba con la tristeza más triste que jamás haya conocido, por eso Hertaldo acudió en su ayuda. La garúa contrastaba todo contra las chapas del Citroën. En la calle no había nadie (típica de sábado otoñal a las 15:00 hs en las inmediaciones de los estadios de fútbol del ascenso). Entonces, con el esfuerzo del mundo pudo cargarlo en la butaca trasera, llevarlo a su casa y recostarlo sobre una frazada en la mesa del comedor. El puerco estaba tieso, a Hertaldo le sorprendía que siga vivo y que no haya gritado en ningún momento. Se le venía a la mente un recuerdo horroroso de su infancia en el campo… A su padre le encantaba reventarlos... ¡Y cómo chillaban! ¡Y cómo se lo hacían comer después! Por eso creyó que era necesario salvarle la vida a ese animal de Dios, así que le aplicó un poco de medicina rural e imploró por él. En pocos días, el cochino marchaba en su mejoría y paulatinamente fue recuperando su tono rosáceo. Todo esto hizo que no quede otra que la convivencia, por tal motivo, hubo que bautizarlo… Hoy en día, desde el sillón del living, Antuán aprecia el cine arte y la voz bohemia de la compasiva Édith Piaf, quien lo cautiva desde la vitrola. Sus buenos modales y su amplio paladar le celebran como un destacado.
Muy pocos saben de la pulcritud de los chanchos…
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