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DOS SEGUNDOS


  Todo era azul. El batería, el bajo y el guitarra le daban duro, el cantante se inclinaba aerodinámicamente comandando esa artillería melódica que ametrallaba sin parar a toda velocidad contra nosotros. Un gordo punk me levantó por encima de la muchedumbre sin futuro y fui a parar al medio del escenario. Sentí como todo el estadio, o sea, cincuenta mil personas aclamaban por Los Cyberpunks y por mí. En esos dos segundos quedé perplejo en una realidad paralela, hasta que un matón vestido de motoquero me devolvió de un tirón al mar de crestas tachonadas donde me dejé llevar por la libertad del slam. En ese instante abrí los ojos, vi el cielo estrellado y sentí en una bocanada de aire fresco la coronación de mi momento culminante. 

  Cuando desperté estaba recostado sobre el poste de uno de los arcos de la cancha de fútbol del estadio y una pibilla punk me estaba mirando. Ella y su amiga gigante bebían cerveza y se reían de mi estado cadavérico. Me dijo que me agarre fuerte de su hombro que me iba a sacar de ahí y me llevó a su casa en un taxi que pagó la gigante, que después se fue. Yina me recostó en el sofá de su mono ambiente. 

  Al otro día como a las siete de la tarde, en el noticiero de la tele pasaban a Los Cyberpunks en el momento justo del recital que me hizo recordar lo poco que recordaba del día anterior ¡Esos dos segundos de gloria! Y ella me dijo: 

  - ¡Ahí estás, sos famoso! - 

  No pude hacer más que buscar agua y volver a dormir.

   Desperté y noté que un gato convivía con nosotros, me di un duchazo y salí para mi trabajo de data entry en una oficina del microcentro. Más tarde me encontraba solo en esa ratonera asfixiante metiendo horas extras, así que aproveché para tirarme una siestita. 

  Desperté en la casa de mis padres y Yina estaba embarazada, me palpé la cabeza y noté mi calvicie, con eso fui a tirarme un ratito en la cama de mis viejos. 

  Estoy sentado en una reposera bebiendo cerveza, hace calor. Allá en la costa los veo a Joel y a Juani, Yina les está enseñando a nadar. No sé por qué esa imagen me remonta a mi momento de gloria ¡Ese slam! Esos dos segundos en que... Me acabo de dar cuenta... hicieron que mi vida valga la pena... Porque, ya veo… El resto de mi tiempo lo desperdicié en el tranvía circular de la modorra… Y no me maté porque prefería dormir, o porque aferré todo mi cariño a ese ínfimo y eterno momento de felicidad... Esos dos segundos... A todo esto, me desnudo y salgo disparado hacia el mar haciendo una cresta con una mano abierta sobre mi calvicie, gritando enloquecido y a toda máquina me lanzo de cabeza contra estas olas frívolas que me devuelven a la orilla en dos segundos, tal cual lo hizo aquel motoquero matón. En este momento mis hijos se mofan a carcajadas, imitan mi cresta y rondan a mi alrededor cual dos indios siouxs conjurando la “Danza del bisonte”. Mientras padezco mi dolor, soy un bólido de carne encallado en la arena ¡Uh, qué vergüenza, estaban mis suegros! ¡Claro, es Miramar esto! Yo debo estar mal.

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