En una tarde noche azul, sobre un lago escarchado del invierno Varsoviano, sólo usted es testigo de los pasos del guerrero veterano. Con la mirada indolente vislumbra la estructura en el medio de la nada. Se abre la puerta, lo recibe un esbirro desproporcionado y fiel, quien toma gentilmente su alabarda, su escudo, su casco y lo invita a pasar. Detrás de la cortina de terciopelo, entre la humareda del incienso, lo espera La hija de las veinticuatro estaciones. Barajando el tarot, lo mira con la mirada delineada extraplanar que tienen las gatas y las brujas.
- ¿Que lo trae esta vez? -
-Usted ya sabe...-
- Mmm, ya veo... Déjeme ver que le depara el tarot. Ella tira las cartas.
- Sabe usted que ésta es mi última batalla... Me retiro, soy un veterano cansado. -
-Lo sé.... Ahora présteme su mano.-
Le lee sus líneas. - Mmm... Bien. Tengo lo que necesita. Mete una mano entre sus pechos y saca una pequeña pócima amarilla. - Esto que usted ve aquí es el “Pega mujer”, aplíquese un poco antes de su último encuentro.- Él lo agarra, toma sus pertrechos y sale bajo la tormenta de nieve.
Emprende su viaje de vuelta a las colinas unos 500 kilómetros de a pie con el constante sonido anillado de su cota de mallas, compañera incansable del caballero sin caballo (había prometido no volver a montar jamás tras la muerte de Percherón). Días después, al llegar a su aldea, se quita el casco, vierte solemnemente la pócima sobre su cabeza y se lanza a su última aventura. Enardecido entra al recinto. Su amada Maridelva yace en su lecho, sus familiares y vecinos la están velando.
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