Una noche de niebla recibimos sorpresivamente la visita de un viejo amigo de mi padre, Fardo, el isleño. Después de cenar, mientras los tres nos encontrábamos tomando un licor añejo, Fardo comenzó a contarnos que hacía unos días le había agarrado una tormenta fulera, que el fuerte viento huracanado despedazó su choza y que entre el despelote flotante de cacharros y animales desesperados por sobrevivir a la inundación el agua le había llegado hasta el cuello. A continuación describió lo que nos dejó boquiabiertos...
Era un cisne blanco inmaculado, elegante y brillante que se acercaba volando hacia él, el ave lo tomó por los hombros y se lo llevó colgando en medio de la tempestad. Al despertar, tenía bajo sus pies una espesa flota de nubes violetas y una maraña de relámpagos enfurecidos descargando su ira contra la tierra. El cisne lo sujetaba con delicadeza y no emitía más que el sonido de su aleteo consagrado. Parece ser que al final de su recorrido, el ave lo depositó al pie de una escalinata imperial suspendida en la galaxia, donde en su cima se imponía la gran muralla de una fortaleza lujosa. Él no pudo hacer más que sorprenderse ante todo e ir subiendo lentamente cada escalón hasta dar con un portal dorado que lo esperaba entreabierto. Traspasó el umbral y detrás estaba el mundo de los cielos “¡Cómo en las películas! ¿Han visto?” Nos comentaba. En el paraíso divino se encontraba la humanidad en su otra vida, ya descansando en paz. Y claro, en portería estaba San Pedro, quien le tomó los datos y le otorgó su llave antes de que dos angelines le trajeran el atuendo blanco que casualmente llevaba puesto ante nosotros esa misma noche... Recién ahí nos dimos cuenta de que estábamos hablando solos ¿Podés creer?
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