Éramos como siete en eso. Al principio iba todo bien, hasta que el arquitecto Marangoni quiso apurar la loza que dividía la planta baja del primer piso del estacionamiento, asegurándola con unos tensores de acero que iban atornillados a la pared. De entrada, ese detalle nos había parecido una locura mortal; demasiada superficie para el peso que podrían llegar a soportar estos amarres improvisados. Le advertimos eso, pero él seguía trenzado a su idea fija. Esto hizo molestar a algunos de mis compañeros, que por tal motivo decidieron abandonar la obra (Sus vidas les tiraba más). Entonces quedamos tres... y Marangoni, que con su longa oscuridad delgada nos controlaba atentamente sin moverse un segundo ¡Serio como un tero! Parecía un emperador contemplando su muralla. Con mucho esfuerzo logramos finalizar la loza. Él nos llamó a su lado y nos dijo que habíamos estado simplemente perfectos. A nosotros nos parecía una locura a punto de derrumbarse y matar a cualquiera. Estábamos preocu...
(Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia). De entrada, lo que más me encantó de ella fueron sus movimientos agraciados, pero hubo algo que superó a todo mi cariño contenido, fue cuando con un trapo espantaba a las moscas que escorchaban sobre los embutidos ¡Qué natural que había sido! Ese mismo día, mientras me despachaba, sacó el tema del horóscopo y los planetas, eso bastó para hacer que me lance de cabeza por su tobogán seductor e interesante. La invité a tomar unos mates a la plaza en su receso de la hora de la siesta. Pasaron algunas semanas y nuestra frecuencia se iba sintonizando estando juntos todos los martes a las 15:00 hs. De ir tan seguido a verla y a comprarle salame Milán, terminé conociendo al hombre que atendía en el puesto que estaba frente al suyo. Polio era el carnicero del supermercado oriental, quien a diferencia de lo que apuntaba mi prejuicio descalibrado no era ningún gavilán, por el contrario, demostraba ser un tipo leído adu...